Creo que Dios existe

Todo ser humano se hizo, hace o hará estas preguntas básicas: ”¿De dónde venimos?» «¿A dónde vamos?» «¿Cuál es nuestro origen?» «¿Cuál es nuestro fin?» «¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?” “¿Cuál es el  sentido de la vida”?

«CREO EN DIOS, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA». La creación es el fundamento de todo. Dios creó el cielo y la tierra» (Gn 1,1). 

Un Dios creador, definido al menos como un ser trascendente a nuestro Universo, no temporal, no espacial y no material. 

No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuando apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios.

El problema del mal

Ante este Dios, Creador del mundo ordenado y bueno surge la pregunta: ¿por qué existe el mal? 

Si el mundo procede de la sabiduría y de la bondad de Dios, ¿por qué existe el mal?, ¿de dónde viene?, ¿quién es responsable de él?, ¿dónde está la posibilidad de liberarse del mal?

El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta. Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera existir ningún mal?. Dios quiso libremente crear un mundo «en estado de vía» hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros; junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su perfección. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios «cara a cara» (1 Co 13, 12), el mal no tendrá lugar. 

1 Con 13,12 “…Ahora vemos de manera borrosa, como en un espejo; pero un día lo veremos todo como es en realidad. Mi conocimiento es ahora imperfecto, pero un día lo conoceré todo del mismo modo que Dios me conoce a mí…

El mal moral entró en el mundo y Dios no es ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral. Sin embargo, lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe sacar de él el bien.

¿Quién es Dios?

Algunos filósofos han dicho que todo es Dios, que el mundo es Dios, o que el devenir del mundo es el devenir de Dios (panteísmo).

Otros han dicho que el mundo es una emanación necesaria de Dios, que brota de esta fuente y retorna a ella.

Otros han afirmado incluso la existencia de dos principios eternos, el Bien y el Mal, la Luz y las Tinieblas, en lucha permanente (dualismo, maniqueísmo).

Según algunas de estas concepciones, el mundo (al menos el mundo material) sería malo, producto de una caída, y por tanto que se ha de rechazar y superar (gnosis); otros admiten que el mundo ha sido hecho por Dios, pero a la manera de un relojero que, una vez hecho, lo habría abandonado a él mismo (deísmo); otros, finalmente, no aceptan ningún origen transcendente del mundo, sino que ven en él el puro juego de una materia que ha existido siempre (materialismo). 

El materialismo

El materialismo se ha convertido en una creencia irracional. Ahora existe un conjunto de pruebas convergentes, racionales, sólidas e independientes que permiten afirmar con casi total certeza que un Dios creador es absolutamente necesario para explicar el mundo.

Esta búsqueda es inherente al ser humano. Hay quien cree que la cuestión de la existencia de Dios no era demostrable. Sin embargo, la existencia de Dios Creador puede ser conocida con certeza por sus obras gracias a la luz de la razón humana (cf. Concilio Vaticano I: DS, 3026), aunque este conocimiento es con frecuencia oscurecido y desfigurado por el error. Por eso la fe viene a confirmar y a esclarecer la razón para la justa inteligencia de esta verdad: «Por la fe, sabemos que el universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve resultase de lo que no aparece» (Hb 11,3). La palabra «prueba» se ha malinterpretado a menudo como si pretendiéramos ser capaces de proporcionar una demostración absoluta de la existencia de Dios.

La ciencia y Dios

Se ha repetido con frecuencia la afirmación perfectamente gratuita de que la ciencia no puede decir nada sobre Dios. Pero esto es completamente inexacto: la ciencia no puede decir quién es Dios, pero puede pronunciarse perfectamente sobre la necesidad de su existencia. La existencia de Dios o su inexistencia son, de hecho, dos tesis opuestas que tienen implicaciones observables en el mundo real y que pueden discutirse hoy en día. Una es que si Dios no existe, el universo no puede haber tenido un comienzo absoluto. La verdad en la creación es tan importante para toda la vida humana que Dios, en su ternura, quiso revelarse como el único Dios que «hizo el cielo y la tierra» (Sal 115,15;124,8;134,3).

Los tres primeros capítulos del Génesis ocupan un lugar único. Con distintas fuentes  expresan, con un lenguaje solemne, las verdades de la creación, de su origen y de su fin en Dios, de su orden y de su bondad y finalmente, del drama del pecado y de la esperanza de la salvación. 

Dios creó el mundo según su sabiduría (cf. Sb 9,9). No es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad. Dios crea “de la nada”. Dios crea libremente «de la nada”.

Dios crea con sabiduría, la creación está ordenada. Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad («Y vio Dios que era bueno […] muy bueno«: Gn 1,4.10.12.18.21.31).

Sab. 11,24-2&) “…Amas a todos los seres

  • y no aborreces nada de lo que has hecho;
  • si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.
  • ¿Cómo podrían existir los seres,
  • si tú no lo hubieras querido?
  • ¿Cómo podrían conservarse,
  • si tú no lo ordenaras?
  • Tú tienes compasión de todos,
  • porque todos, Señor, te pertenecen
  • y amas todo lo que tiene vida…”

Dios y la libertad humana

Dios no da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar así a la realización de su designio. Dios concede a los seres humanos poder participar libremente en su providencia confiándoles la responsabilidad de «someter» la tierra y dominarla (cf Gn 1, 26-28). 

La ciencia moderna ha descubierto dos cosas que nadie sospechaba hace apenas cien años: que hubo con toda seguridad un principio absoluto del tiempo, el espacio y la materia, y un ajuste increíblemente fino de los parámetros iniciales del Universo, así como de las leyes de la física y la biología.

Si el tiempo, el espacio y la materia, que están vinculados, tuvieron con toda seguridad un comienzo absoluto, entonces hay necesariamente, en el origen de este surgimiento, una causa que es por definición no material, no espacial, no temporal y, por tanto, trascendente a nuestro Universo. 

El «ajuste fino» del Universo y sus leyes es una verdad que nadie idiscute hoy. Esto sólo tiene dos explicaciones posibles: la más natural y sencilla es concluir que existe un Dios creador. Como decía Einstein «todos los que se dedican a la ciencia acabarán por descubrir que un espíritu, inmensamente superior al del hombre, se manifiesta en las leyes del Universo».

Si se rechaza la idea de Dios y se busca una explicación alternativa, hay que creer necesariamente que estas configuraciones provienen del azar, lo que sólo tiene sentido si existe un número cuasi infinito de universos generados por una máquina bien regulada que tendría el poder de cambiar metódicamente los parámetros en un rango adecuado.

Olivier Bonnassies y Michel-Yves Bolloré en su obra, «Dios, la ciencia, las pruebas«, ‘bestseller’ en Francia, con prólogo de Robert W. Wilson, Premio Nobel de Física en 1978, vienen a clarificar que para ser ateo hoy en día, hay que creer necesariamente en algunas cosas bastante rebuscadas… Por eso la palabra «incrédulo» ya no es apropiada, en el contexto actual del conocimiento científico.

De hecho, hoy en día, el ateo debe creer muchas cosas increíbles. Tiene que creer que el universo es eterno y que nunca tuvo un principio, cuando todo parece indicar lo contrario. También debe creer que hay un número infinito de universos, de los que no hay ni un solo rastro-

La Biblia nos dice que “…Faltos por completo de inteligenciason todos los hombres que vivieron sin conocer a Dios; quienes, a pesar de ver tantas cosas buenas, no reconocieron al que verdaderamente existe. ¡A pesar de ver sus obras, no descubrieron al que las hizo!..” Al que ha elaborado todo «con moderación , orden y equilibrio» (Sab 11,20), como el hacedor del universo, el ingeniero que lo diseñó. La Biblia insiste en que el Dios que creó el universo es absolutamente el mismo que se reveló a Abraham, Isaac y Jacob.


Salm. 139

  • Salm. 139, 1-14
  • Señor, tú me has examinado y me conoces;
  • tú conoces todas mis acciones;
  • aun de lejos, te das cuenta de lo que pienso.
  • Sabes todas mis andanzas,
  • ¡sabes todo lo que hago!
  • Aún no tengo la palabra en la lengua,
  • y tú, Señor, ya la conoces.
  •  Por todas partes me has rodeado;
  • tienes puesta tu mano sobre mí.
  • Sabiduría tan admirable está fuera de mi alcance;
  • ¡es tan alta que no alcanzo a comprenderla!
  • ¿A dónde podría ir lejos de tu espíritu?
  • ¿A dónde huiría
  • lejos de tu presencia?
  • Si yo subiera a las alturas de los cielos,
  • allí estás tú;
  • y si bajara a las profundidades de la tierra,
  • también estás allí;
  • si levantara el vuelo hacia el oriente,
  • o habitara en los límites del mar occidental,
  • aun allí me alcanzaríatu mano;
  • ¡tu mano derecha no me soltaría!
  • Si pensara esconderme en la oscuridad,
  • o que se convirtiera en noche la luz que me rodea,
  • la oscuridad no me ocultaría de ti
  • y la noche sería tan clara como el día.
  • ¡La oscuridad y la luz son lo mismo para ti!
  • Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo;
  • tú me formaste en el vientre de mi madre.
  • Te alabo porque estoy maravillado,
  • porque es maravilloso lo que has hecho.
  • ¡De ello estoy bien convencido!

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