Comprensión de un genio: Einstein (4)

Einstein y la religión (continuación)

Hans Küng ha dedicado algunas páginas de su obra ¿Existe Dios? a la imagen que Einstein tenía del hecho religioso.  (KÜNG, H., ¿Existe Dios?, Cristiandad, Madrid, 1979, 972 páginas (sobre todo, páginas 854-864).

 Albert Einstein nació en la ciudad de Ulm (Alemania) el 14 de marzo de 1879. A pesar de ser judío, recibió su primera enseñanza en un colegio católico de Munich4, ciudad a la que se había trasladado su familia cuando él era todavía un niño.  Según sus biógrafos, fue tan lento en aprender a hablar que incluso alguno de sus familiares creyeron que iba a ser retrasado mental5 

En 1900 Einstein logró nacionalizarse en Suiza y publicó su primer artículo científico.  1905: el “ año admirable” .El «año admirable». Este año vieron la luz cinco trabajos científicos publicados en la revista Annalen der Physik que aportaron nuevas e importantes propuestas a la física6: entre los que está el que contiene la ecuación más famosa de la historia de la ciencia, E=mc2 (el 27 de septiembre de 1905)

El trabajo más conocido por la ciencia, de los publicados en 1905, es el referente a la Teoría Especial de la Relatividad. Se trata de retomar una nueva visión del Universo que superaba las viejas ideas de Newton y que habían sido indiscutibles durante dos siglos y medio.

En 1933 llega a Nueva York. Y en Princeton ejerció su magisterio hasta su fallecimiento por un aneurisma lumbar el 18 de abril de 1955.

Albert Einstein no fue un científico alejado de la realidad. Fue un hombre comprometido políticamente. Se mostró siempre de modo abierto como un pacifista convencido. Al final de su vida, Einstein luchó obstinadamente para que el mundo llegara a un acuerdo para cortar la amenaza de la guerra nuclear. El 11 de Abril de 1955, una semana antes de su muerte, escribió una carta a Bertrand Russell expresando su apoyo a su manifiesto a favor del abandono de las armas nucleares.

Einstein tenía hondos “sentimientos” religiosos relacionados con el sentido de la vida (dimensión filosófica) y con la experiencia honda del misterio del universo (dimensión científico-mística). En un texto que se ha hecho ya clásico, escribe Albert Einstein: “¿Cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es, sobre todo, el sentido de la vida de todos los vivientes? Tener respuesta a esta pregunta se llama ser religioso. Pregunta: ¿tiene sentido plantearse esa cuestión? Respondo: quien sienta su vida y la de los otros como cosa sin sentido es un desdichado, pero hay algo más: apenas merece vivir”.

(EINSTEIN, A., Mi visión del mundo. Tusquets, Barcelona, 1981, pág. 13. Citado por H. KÜNG, Opus cit., 854.)

“El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos. Quien no la conoce, quien no puede admirarse ni maravillarse, está muerto. Sus ojos se han extinguido. Esta experiencia de lo misterioso –aunque mezclada de temor- ha generado también la religión”.  (10 EINSTEIN, A., Ibid., 12-13. )

En junio de 1880, cuando tiene un año de edad, la familia Einstein se traslada de Ulm a Munich. A la edad de seis años, el niño Albert ingresa en la Petersschule, una escuela pública Católica de educación primaria, donde recibe instrucción religiosa. Aunque sus padres no eran practicantes le enseñaron los rudimentos del judaísmo que se superpuso a la formación católica de la escuela12. A los diez años tuvo una etapa de fervor religioso que le llevó a la composición de cánticos religiosos. A los doce años, al someter la interpretación literal de la Biblia al análisis científico, entró en una crisis de fe que le llevó al ateísmo. Sería la posterior lectura de escritos de filósofos, como Spinoza, y, sobre todo, sus propias reflexiones personales lo que le reconciliaría con la creencia en Dios. Como describe en su Autobiografía y en sus escritos de madurez. 

De acuerdo con sus propias confesiones, la raíz de su religiosidad, tal como él la veía, se basaba tanto en el amor a la naturaleza como en la música: “La experiencia más bella y profunda que puede tener el hombre es el sentido de lo misterioso; (…) el percibir que, tras lo que podemos experimentar, se oculta algo inalcanzable a nuestro espíritu, algo cuya belleza y sublimidad se alcanza sólo indirectamente y a modo de pálido reflejo, es religiosidad. En este sentido, yo soy religioso”. Este sentimiento religioso cósmico es también “el motivo más fuerte y más noble de la investigación científica. 

«No soy ateo, y no pienso que se me pueda llamar panteísta (doctrina del que identifica a Dios con la naturaleza y con el mundo). Estamos en la posición de un niño pequeño entrando en una gigantesca librería llena de libros escritos en muchas lenguas. El niño sabe que alguien debió de haber escrito esos libros. Pero no saber cómo. Tampoco entiende los lenguajes en los que están escritos. El niño sospecha borrosamente que existe un misterioso orden en el acomodo de los libros, pero no sabe cuál es ese orden. Ésta, me parece a mí, es la actitud hacia Dios, aún del más inteligente ser humano. Contemplamos al universo maravillosamente dispuesto y obedeciendo a ciertas leyes, pero solamente de manera borrosa entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas perciben una fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones”

(VIERECK, G. S., Glimpses of the Great, Macauley, New York, 1930, en BRIAN, D., Einstein – A Life, 186 )

En el año 1929, George Sylvester Viereck (1884-1962, poeta y novelista norteamericano, nacido en Munich) en una entrevista le preguntaba a Albert Einstein: -«¿En que grado ha sido usted influenciado por el Cristianismo?», Einstein respondió: «De niño yo recibí instrucción tanto de la Biblia como del talmud (libro de las tradiciones de los ancianos judíos). Yo soy Judío, pero me conmueve la luminosa figura del Nazareno». E insiste: -«¿Acepta usted la existencia histórica de Jesús?». «¡Sin duda alguna! Nadie puede leer los Evangelios sin sentir la verdadera presencia de Jesús. Su personalidad vibra en todas sus palabras. Ningún mito está tan rebosante de tal vitalidad”

(VIERECK, G. S., «What Life Means to Einstein», Saturday Evening Post, 26 Oct. 1929; Schlagschatten, Sechsundzwanzig Schicksalsfragen an Grosse der Zeit (Vogt-Schild, Solothurn, 1930), 60; Glimpses of the Great (Macauley, New York, 1930), 373-374 ).

Einstein se manifiesta contra cualquier “religión del miedo” de orientación primitiva. Pero también se opone frontalmente a toda “religión moral” como la que aparece “en las Sagradas Escrituras del pueblo judío” y luego en el Nuevo Testamento23. En cambio, aboga por una “religiosidad cósmica”, un “sentimiento religioso cósmico” que no responda a una “noción antropomórfica de Dios”..

Einstein opina que los grandes genios religiosos de todas las épocas se han caracterizado por esa religiosidad cósmica sin dogmas, sin iglesias, sin casta sacerdotal. Religiosidad que no conoce un Dios concebido a imagen del hombre.

En el Evangelio leemos: «…Pero llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo harán conforme al Espíritu de Dios y a la verdad. Pues así quiere el Padre que le adoren los que le adoran. Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo conforme al Espíritu de Dios y a la verdad….» (Jn. 4,23-24).

La adoración al señor en espíritu y en verdad, es que no debe limitarse a una única ubicación geográfica. En Dt. 6,5, Moisés establece para los Israelitas cómo amar a su Dios: “Ama al Señor tu Dioscon todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Nuestra adoración de Dios es dirigida por nuestro amor hacia él; cuando amamos, adoramos. Ya que la idea de «fuerza» en hebreo indica totalidad, Jesús amplió esta expresión a la «mente» y «con todo lo que eres» (Mc.12,30; Lc. 10,27).
“…Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.” (Mc,12,30)
“…Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente;t y ama a tu prójimo como a ti mismo…”(Lc.10,27).
 
Adorar a Dios en espíritu y en verdad implica necesariamente amarlo con todo el corazón, el alma, mente y fuerza. Espíritu y verdad, porque Espíritu sin verdad conduce a una experiencia emocional.

En repetidas ocasiones, Einstein se proclamó seguidor de Spinoza en su concepción filosófica del mundo, de Dios, de lo humano y de la religión. No hablaremos aquí de la notable influencia de la filosofía de Spinoza sobre el desarrollo de la filosofía misma y de las ciencias moderna y contemporánea, sino de cómo concebía a Dios. Para la Filosofía de la Religión de Spinoza y de Einstein, Dios y el universo constituyen una totalidad esencial, una unidad. Para Spinoza, Dios esta presente en cada una de las manifestaciones materiales, en cada objeto que puebla el Universo por más pequeño que sea. En cada mota de polvo, en cada átomo, en cada partícula subatómica, está Dios. 

Si esto es así, Dios anima a cada una de las manifestaciones de la naturaleza, grande o pequeña, y además Dios estará ahí también. Si una partícula está habitada por Dios, ésta habrá de compartir también los atributos de perfección del Creador. 

Si Dios es perfecto y ha cambiado, o ha dejado de ser perfecto o antes en realidad no lo era y ahora si, como Dios es perfecto por definición, entonces no cabe la posibilidad de cambio y como en la filosofía de Spinoza, Dios y el Universo forman una unidad, si Dios no puede cambiar el universo tampoco. Para Einstein aceptar que el Universo cambiaba con el tiempo, que evolucionaba, era como admitir que Dios mismo cambiaba, que Dios evolucionaba, por lo que la perfección de Dios se veía comprometida. ¿Como podía cambiar algo que era perfecto? Si Dios era perfecto, no podía cambiar, no podía verse afectado por el paso del tiempo. Lo que es perfecto, si cambia, sólo puede cambiar para transformarse en algo inferior, pues la perfección ha de ser un estado único, no puede haber dos perfecciones y Dios no puede cambiar a un estado inferior. Como consecuencia de ello, el Universo, ha de ser infinito, eterno e inmutable. 

En su discurso en el Seminario Teológico de Princeton en 1939 dejó clara sus fundamentos éticos: “Los más elevados principios de nuestras aspiraciones y juicios nos los proporciona la tradición judeo-cristiana”. Sus más profundas convicciones se enraizaban en dicha tradición: “Sólo una vida vivida para los demás vale la pena de ser vivida”. 

La fuente principal de conflicto entre el campo de la religión y el de la ciencia se halla, en realidad, en este concepto de un Dios personal

Einstein rechazaba tanto la idea de un Dios castigador como la de un Dios con apariencia humana. 

Para Einstein la palabra «religión» se refiere a ese profundo e inspirador sentimiento de devoción piadosa, ajeno a toda indoctrinamiento dogmático. Einstein jamás asistió con regularidad a ningún tipo de servicio religioso. Mostró siempre admiración hacia el misterio del Universo a través del cual intuía y vislumbraba el Dios filosófico de Spinoza. Einstein no creía que Dios, fuera un Dios personal. Pero sí estaba presente en él, el sentimiento religioso cósmico. El misterio del cosmos y la admiración ante dicho misterio es lo que puede hacer a los científicos creer en Dios. “La esencia divina, que desborda todas las categorías y es absolutamente inconmensurable, implica que Dios no sea personal ni a-personal porque es ambas cosas a la vez y, por tanto, transpersonal”

En Einstein se da una profunda relación entre su visión del Universo, su idea de Dios y sus convicciones éticas. Ello se manifiesta en sus escritos en su investigación científica, en su compromiso por la paz mundial, en las decenas de cartas que contestaba semanalmente, en su apoyo a todas las causas justas que redundasen en la mejora de la humanidad El misterio del Universo, el misterio de Dios y el misterio del Hombre marcaron su búsqueda y dieron sentido a su vida.

San Pablo en Atenas
…Los que acompañaban a Pablo fueron con él hasta la ciudad de Atenas, y luego regresaron con instrucciones de que Silas y Timoteo se reunieran con él lo antes posible…» (Hechos, 17,15).

Pablo, levantándose en medio de ellos en el Areópago, dijo:

“Atenienses, por todo lo que estoy viendo, sois gente muy religiosa;porque mirando los lugares donde celebráis vuestros cultos, he encontrado un altar que tiene esta inscripción: ‘A un dios desconocido’. Pues bien, de ese Dios que vosotros adoráis sin conocerlo, es del que yo os hablo.  “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él, es Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos construidos por los hombres ni necesita que nadie haga nada para él, pues él da a todos la vida, el aire y todo lo demás.
“A partir de un solo hombre hizo él todas las naciones, para que vivan en toda la tierra; y les ha señalado el tiempo y el lugar en que deben vivir, para que busquen a Dios, y quizá, como a tientas, puedan encontrarle,aunque en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos; como también dijeron algunos de vuestros poetas: ‘Somos descendientes de Dios.’ Siendo, pues, descendientes de Dios, no debemos pensar que Dios es como las imágenes de oro, plata o piedra que los hombres fabrican según su propia imaginación. Dios, que pasó por alto aquellos tiempos de ignorancia de la gente, ahora ordena a todos, en todas partes, que se conviertan a él. Porque Dios ha fijado un día en el cual juzgará al mundo con justicia, y lo hará por medio de un hombre que él escogió y al que aprobó delante de todos resucitándolo de la muerte.”

Al oir aquello de la resurrección, unos se burlaron y otros dijeron:
–Ya te oiremos hablar de eso en otra ocasión.

Entonces Pablo los dejó. Sin embargo, algunos le siguieron y creyeron. Entre ellos estaba Dionisio, que era miembro del Areópago, y también una mujer llamada Dámaris, y otros más…Después de esto, Pablo salió de Atenas y se fue a Corinto…” (Hechos 17,22-34; 18,1).

Lucas (Hechos de los Apóstoles)
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