Criados despiertos

La Parábola de los Criados Despiertos

En un lejano País, vivía un hombre rico que tenía muchas posesiones. Un día, decidió emprender un largo viaje, y antes de partir, llamó a sus criados y les dijo:

—Voy a estar fuera por un tiempo que no puedo precisar. Os encargo mi casa. Sed fieles y cuidad de todo como si yo estuviera presente. Y sobre todo, estad preparados, porque el día y la hora de mi regreso no os serán anunciados.

Uno de los criados, al verlo marcharse, pensó:
—Tardará mucho. Es mejor disfrutar mientras podamos. Y empezó a gastar lo que no era suyo, descuidó el cuidado de la casa.

Otro criado, más astuto, se dijo:
—Si vendo algunas cosas ahora, puedo hacerme rico. Luego, cuando el señor regrese, ya veré cómo me las arreglo. Y empezó a sacar provecho de lo ajeno.

Pero había también dos criados jóvenes, que cada noche se turnaban para  cuidar la casa. Cada día rezaban, y antes de dormir, revisaban si todo estaba en orden.

Pasaron los días, los meses, incluso los años. Algunos vecinos se burlaban:
—¿Todavía esperáis al amo? ¿No veis que os ha abandonado?

Pero ellos respondían:
—Estamos de paso por esta casa, pero el dueño es bueno. Volverá.

Una noche, cuando todo el pueblo dormía, el señor regresó. Llamó a la puerta, la luz estaba encendida y los criados abrieron con gozo.

—¡Bienaventurados vosotros, que velabais! —exclamó el señor—. Ahora, sentaos a mi mesa, y yo mismo os serviré.

Los otros criados, sorprendidos, despertaron al oír la fiesta, pero era tarde. La puerta estaba cerrada y el banquete ya había comenzado.

Moraleja: Velar no es vivir con miedo, sino con confianza. No es adivinar la hora, sino estar siempre listos. La oración, el amor al prójimo, la fidelidad a la misión que Dios nos confía… son las lámparas encendidas que nos preparan para el encuentro definitivo con Él. 

En un mundo lleno de inseguridad, la única seguridad verdadera está en vivir cada día como si fuera el primero y el último.


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