Fiducia Supplicans. Debate en la Iglesia
18 diciembre 2023
Declaración sobre el sentido de las bendiciones, elaborada por Dicasterio para la Doctrina de la Fe y firmada por su Cardenal Prefecto cardenal Victor Manuel Fernández y corroborada por el Papa Francisco
La Iglesia, comunidad en la que hay cristianos al modo de Casaldáliga y de Müller tiene que empezar a asimilar cambios bruscos. El Papa, lo sabe. Pero teme al caos que se puede producir. El camino es la «sinodalidad»: que la Iglesia toda, en oración y reflexión-diálogo vaya descubriendo «la voluntad de Dios, lo bueno, lo perfecto»(Rm. 12, 2)
«…No viváis conforme a los criterios del tiempo presente; por el contrario, cambiad vuestra manera de pensar,para que así cambie vuestra manera de vivir y lleguéis a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto…»
Esta declaración está siendo causa de perplejidad y desconcierto. Para quien la analice confrontándola con la doctrina oficial de la Iglesia es un documento sorprendente.
El Catecismo de la Iglesia Católica (1) establece, apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm1, 24-27; Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados» (Congregación para la Doctrina de la Fe,Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden deuna verdadera complementariedad afectiva y sexual.
Una cosa es que se bendiga individualmente a losmiembros de esa sociedad, en su calidad de individuos pecadores (como todos y cada uno de los hombres, enmayor o menor medida), y otra muy diferente que se bendiga a la sociedad que forman con fines incompatiblescon el Magisterio de la Iglesia.
Nada hay que objetar en el hecho de que el sacerdote,se una a la oración de aquellaspersonas que, desean encomendarse al Señor y a su misericordia.
(1) El catecismo de la Iglesia Católica y la homosexualidad
El CIC nos habla de la homosexualidad dentro de un apartado llamado “Castidad y homosexualidad” con los siguientes tres puntos breves y claros (el subrayado es nuestro):
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
En el número anterior, el Catecismo nos hace ver que, junto al respeto a los homosexuales, se debe rechazar claramente el ejercicio de la homosexualidad:
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
Dentro de este contexto se entiende mejor la muy difundida respuesta del papa Francisco cuando le preguntaron acerca de este tema:”¿Quién soy yo para juzgar…?
Castidad y homosexualidad
2357 La homosexualidad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experimentan una atracción sexual, exclusiva o predominante, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicado. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves (cf Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 8). Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso.
2358 Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.
2359 Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana.
Y la Sagrada Escritura ¿qué dice?
Nuevo Testamento
Se conservan copias. Las versiones más antiguas datan del siglo IV. El texto que se traduce es el más cercano al texto original pero no el original. Este carácter «provisional» del texto tiene implicaciones teológicas importantes.
¿Qué dice la 1ª carta a los Corintios sobre la homosexualidad?
Según el biblista Ariel Alvarez Valdés, en el Nuevo Testamento, el único autor que condena las relaciones homosexuales es el Apóstol Pablo, específicamente en las cartas 1ª a los Corintios, Romanos y Timoteo.
«Los injustos no participarán en el Reino de Dios. Ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados (malakós), ni los homosexuales (arsenokoites), ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los difamadores ni los estafadores»
Éstos son los términos: «malakós» que traducen por «afeminados» y «arsenokoites» que se ve traducido por «homosexuales». Suelen citarse como prueba de que Pablo condena a la homosexualidad.
En esta carta de Pablo, la palabra «malakós» ha sido traducida por el término «afeminados». Sin embargo, su significado original en griego es «blando» o «débil».
En cuanto a la palabra «arsenokoites», traducirla como «homosexual». es en primer lugar un anacronismo, ya que la palabra «homosexual» fue creada en 1869 y no existía en la época de Pablo. (La palabra «homosexual» fue acuñada en el siglo XIX. El término se atribuye comúnmente al escritor austrohúngaro Karl-Maria Kertbeny, quien lo utilizó por primera vez en una carta dirigida al filólogo alemán Karl Heinrich Ulrichs en 1869. En esa carta, Kertbeny propuso los términos «homosexual» y «heterosexual» para describir las orientaciones sexuales, buscando reemplazar las palabras anteriores que se utilizaban en ese contexto, como «inversión» y «perversión sexual». Desde entonces, el término «homosexual» ha sido ampliamente adoptado en la lengua y se utiliza para referirse a la atracción emocional, romántica o sexual hacia personas del mismo sexo).
Además, traducir «arsenokoites» como «homosexual» es también una traducción errónea, ya que el término griego mencionado no aparece en ningún otro texto conocido y su significado exacto sigue siendo objeto de debate. Pablo no condenaba la homosexualidad en el sentido moderno, sino prácticas específicas de injusticia y abuso, tales como la explotación de unos por otros, y la pederastia. Pablo no se refería, entonces, a las relaciones homosexuales en general, sino más bien a aquéllas en que podía haber un abuso o violación. No se refiere a las relaciones entre dos personas libres y responsables.»
Hay muchos otros ejemplos donde se evidencian malentendidos linqüísticos e históricos que han conducido al dolor y la exclusión de grupos enteros de personas. Hay toda una corriente de exégetas, historiadores, filólogos, que realizan nuevos análisis de las enseñanzas bíblicas, teniendo muy presente el contexto sociocultural concreto de las normas y prohibiciones morales y éticas.
Evolución en los paradigmas de la Iglesia Católica
Defienden esta necesidad de evolución, entre otras personas, Montserrat Escribano (doctora en filosofía y profesora de teología) y Enric Vilál (Licenciado en teologia, especialización en Biblia por la Facultat de Teologia de Catalunya.
Enric Filál, subdirector del Centre LGTBI de Barcelona. Miembro de la Associació Cristiana de Lesbianes i Gais de Catalunya (ACGIL) y del Forum Europeo de Grupos cristianos LGTBI. Autor de Bíblia i homosexualitat. L’exegesi dels textos (2012), Solidaricémonos juntos (2013) y L’esclavatge a la Bíblia. El miracle de Jesus al criat del centurió a Mt 8,6-13 i paral.lels (2016). Colaborador de Cristianisme i Justicia y de la revista Iglesia Viva.) sostienen que en la lglesia Católica puede observarse una evolución de paradigmas, pasando desde el Paradigma del Miedo y la Exclusión, al Paradigma de la Misericordia (0 «lástima»), y luego al Paradigma del Reconocimiento.
Las estadísticas muestran que las personas LGBTQI+ constituyen una parte significativa de la población, y la Iglesia, al adoptar paradigmas de miedo y exclusión o bien sólo de «misericordia», puede afectar profundamente la salud mental y el bienestar de sus miembros no heterosexuales. La discriminación, el bullying y la presión para ocultar la orientación sexual pueden tener efectos negativos como la ansiedad, la depresión y la desconfianza hacia la institución religiosa.
El Papa Francisco ha abogado por un paradigma de reconocimiento que enfatiza la acogida, el respeto y la compasión hacia todas las personas, independientemente de su orientación sexual. Sin embargo, es crucial que este enfoque sea internalizado y practicado por la jerarquía y la feligresía en general, para lograr una auténtica inclusión. En última instancia, celebrar la diversidad y reconocer que todas las identidades y expresiones son valiosas contribuirá a fortalecer la unidad en la sociedad y en la Iglesia. La aceptación incondicional de las personas LGBTQI+ es fundamental para construir una comunidad basada en el amor y el respeto mutuo. Es indispensable abandonar interpretaciones bíblicas obsoletas y a adoptar una nueva perspectiva religiosa basada en el amor y el respeto hacia todas las personas sin ninguna distinción.
Francisco ha mostrado no solo la «misericordia de Dios» que acepta y acoge a todos, sino la necesidad de que la actual legislación eclesial cambie. Que se den reales y concretos pasos para que esas personas sientan que, verdaderamente, no solo Dios sino la Iglesia en su legislación y su práctica concretas, los reconocen personas normales y con todos sus derechos. La declaración traza una «línea clara entre la fidelidad inquebrantable a la enseñanza de la Iglesia y las exigencias pastorales de una práctica eclesial que busca estar cerca de las personas.
La enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio no ha cambiado, y esta declaración lo afirma, al mismo tiempo que se hace un esfuerzo por acompañar a las personas impartiendo bendiciones pastorales porque cada uno de nosotros necesita el amor sanador y la misericordia de Dios en nuestras vidas.
Pero las preguntas existen. «¿Por qué es tan difícil para la iglesia católica acercarse a las personas LGTBIQ+? ¿Por qué la iglesia es tan lenta a la hora de intentar ayudar y proteger a un grupo de personas que a menudo corre el riesgo de sufrir acoso, palizas y violencia? ¿Por qué es tan difícil para los católicos ver a las personas LGTBIQ+ como hijas amadas de Dios?» […]



