André Frossard: Dios existe, yo me lo encontré

Frossard escribió el libro de su conversión, Dios existe. Yo me lo encontré, que mereció el Gran Premio de la literatura Católica en Francia en 1969, y que se convertiría en un best-seller mundial.

André Frossard nació en Francia en 1915. Como su padre, Ludovic-Oscar Frossard, fue diputado y ministro durante la III República y primer secretario general del Partido Comunista Francés, Frossard fue educado en un ateísmo total. Encontró la Fe a los veinte años, de un modo sorprendente, en una capilla del Barrio Latino, en la que entró ateo y salió minutos más tarde «católico, apostólico y romano».

Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión».

Dios existe. Yo me lo encontré.

Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante…Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.

Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, «católico, apostólico, romano», llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo…No puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (…)

Ese acontecimiento iba a operar en mí una revolución tan extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó.

Se creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo y buen socialista. Después de conversar conmigo sosegadamente y de interrogarme indirectamente, pudo comunicar a mi padre sus conclusiones: era la «gracia», dijo, un efecto de la «gracia» y nada más. No había por qué inquietarse.

Se me toleraría mi capricho religioso a condición de que fuese discreto, como lo serían conmigo. Se me rogó que me abstuviese de todo proselitismo en relación con mi hermana menor. Ella se convertiría a pesar de todo al catolicismo, y mi madre también, bastantes años después de ella».

Ha sido un momento breve. André sale a la calle con su amigo, que lo observa con preocupación. ¿Pero qué te pasa? André responde: Soy católico… Willemin está atónito. André sigue: apostólico y romano. Dios existe, y todo es verdad

El periodista y ensayista André Frossard fue uno de los dirigentes del Partido Comunista francés y un ateo convencido. Pero en 1935 se convirtió al catolicismo. Su vida cambió cuando entró en una iglesia para llamar a su amigo, cansado de esperarlo fuera, y vio la exposición del Santísimo Sacramento en el altar.

El doctor en Comunicación Benoit Kowassi asegura que él “vio en el Santísimo Sacramento expuesto una luz, una explosión de luz y a partir de este momento entendió lo que pasaba. Dijo que sus primeras palabras fueron “vida espiritual”. Todo cambió en dos minutos”.

El tiempo pasa, y André ya tiene 20 años. La vida no le resulta desagradable, y las aventuras amorosas le permiten satisfacciones pasajeras e intensas. El verano de 1935, sin embargo, se prepara una sorpresa, algo inesperado, algo extraño.

Es el día 8 de julio. André acaba de conocer a una chica alemana que “promete” una buena aventura amorosa (sin mayores compromisos). Está muy ilusionado y satisfecho con lo que la vida le está dando. Willemin lo invita una tarde a cenar juntos. Antes quiere rezar en una iglesia. Cogen el coche, y vagan por las calles de París.

¿Cuál es el estado de ánimo de André en ese momento de su vida? Según sus palabras, todo “va bien”. “Mi salud es buena; soy feliz, tanto como se puede ser y saberse; la velada se presenta agradable, y espero” (“Dios existe”, p. 151).

Willemin detiene el coche junto a una iglesia. Le pide a André que aguarde unos momentos, que tiene que hacer algo allí dentro. André espera tranquilo, indiferente. El tiempo pasa, y Willemin tarda en salir. Al final, André se decide a entrar para buscar a su amigo, para ver por qué tarda tanto.

André está dentro de ese extraño edificio. Observa los detalles arquitectónicos y artísticos de una iglesia neogótica. Busca en la penumbra a su amigo. Observa a un grupo de religiosas que están rezando ante Jesús Sacramentado, y a algunos fieles. Sus ojos escrutan, una y otra vez, para vislumbrar a Willemin.

De repente, algo ocurre, se abre un horizonte inesperado. Le dejamos describir lo que pasó en esos momentos cruciales, decisivos, imprevistos.

“Mi mirada pasa de la sombra a la luz, vuelve a la concurrencia sin traer ningún pensamiento, va de los fieles a las religiosas inmóviles, de las religiosas al altar: luego, ignoro por qué, se fija en el segundo cirio que arde a la izquierda de la cruz. No el primero, ni el tercero, el segundo. Entonces se desencadena, bruscamente, la serie de prodigios cuya inexorable violencia va a desmantelar en un instante el ser absurdo que soy y va a traer al mundo, deslumbrado, el niño que jamás he sido.

Antes que nada, me son sugeridas estas palabras: vida espiritual. No me son dichas, no las formo yo mismo, las escucho como si fuesen pronunciadas cerca de mí, en voz baja, por una persona que vería lo que yo no veo aún. Ha sido un momento breve. André sale a la calle con su amigo, que lo observa con preocupación. “¿Pero qué te pasa”? André responde: “Soy católico…” Willemin está atónito. André sigue: “apostólico y romano”. Willemin no comprende qué ha ocurrido, ve los ojos de André desorbitados, misteriosos. André insiste: “Dios existe, y todo es verdad”.


Un caso parecido

Luciana Rogowicz

Mi nombre es Luciana Rogowicz, nací en una familia judía, abuelos, bisabuelos, todos judíos. Mi abuela paterna era polaca, y vino antes de la segunda  guerra mundial a Argentina por las malas condiciones que había allí en varios sentidos.

Tuve una vida y una infancia siempre feliz. Llena de amor. Nunca me faltó nada ni material ni emocional.

Fui criada con valores tradicionales, familiares. En cuanto a la religión judía, en mi familia lo vivimos más que nada como una cuestión de pertenencia, identidad  y tradición.

Extraños caminos

Fuente: https://judiaycatolica.com/sobre-mi/

Llegó la hora del bautismo de mi primera hija, y así lo hicimos. Fue un momento difícil para mí. Todo lo que siempre vi en otras personas, en la televisión, como parte de otra cultura, lo estaba viviendo con mi propia familia. 

Al día siguiente teníamos con mi esposo un largo viaje en auto y me insistió para escuchar un audio de un “judío católico” ; (que si bien en un principio me pareció algo medio extraño e incompatible , y no me generaba ningún tipo de interés escucharlo, no quise parecer tan cerrada como para negarme, así que accedí a escucharlo).

En este audio esta persona contaba sobre una  experiencia “sobrenatural” que había tenido, una comunicación con Dios, y al cabo de un tiempo con la Virgen María.  Este audio que escuché ese día era sólo su testimonio, no hablaba en ningún momento de argumentos sobre cuál es la verdad, o si Jesús s o no el mesías, sino sólo contaba la experiencia sobrenatural que él había vivido.

En ese mismo instante, sólo por escuchar su testimonio el velo “invisible” cayó de mis ojos, de mi corazón, y creí en todo en un solo instante. No entiendo bien cómo funcionó, pero es como si hubieran trasplantado en mi cerebro una parte nueva, llena de conocimiento y entendimiento. 

Se me hizo «Visible lo Invisible»

5 años después de este hecho, en el 2013 , pasó algo increíble que transformó realmente mi vida y mi alma. Un domingo “cualquiera” acompañé a mi esposo a Misa. No tenía muchas ganas de ir pero ese día realmente no tenía ninguna excusa para no acompañarlo y realmente era más práctico ir con él ya que luego teníamos que ir a otro lado, y de allí llegábamos directo.

Así que me senté junto a él, aguardando que termine, un poco distraída. Pero algo ocurrió. En el momento de la consagración y sobre todo cuando las personas se acercaban a tomar la Comunión, sentí en mí un amor profundo y una unión con todas las personas que estaban tomando la comunión.  Una transformación interior que no podía comprender qué era.  En ese momento fue como si el imán más potente del mundo se hubiera instalado en mi alma, un imán que se siente atraído siempre, cada día, por la Eucaristía. Yo creo, y lo sé, que Dios se hace presente allí, está allí. Comencé a sentir a partir de allí,  de forma tangible, esa presencia invisible que está siempre habitando entre nosotros. Ingresé en un mundo lleno de misterio y belleza, del que nunca podría tener suficiente, ni conocer suficiente.

Desde ese día, no pasó ni un solo día, que no tenga ganas y necesidad de ir a Misa. Desde ese día mi corazón se tornó hacia Dios. Mi vida interior dio un giro inexplicable, un amor profundo diferente a todo lo que jamás sentí. (y estuve y estoy rodeada de amor toda mi vida).

En esa etapa también tuve otras sensaciones y una conexión tan fuerte a Dios en cada momento. Era como si estuviera a mi lado, «caminando junto a mí». Por momentos sentía una energía tan fuerte que sólo podía llorar, llorar y llorar. No era de tristeza, ni tampoco de alegría; era como que mi alma se desbordaba de tal sensación de Dios. Sentir que todo lo que había escuchado alguna vez era verdad, que realmente Dios Existe, y no sólo eso, sino que se brindó por nosotros, en su totalidad. Y que está presente y nos conoce, me conoce y decidió no esperarme más y me sacudió, me llenó de su amor y me transformó. Un amor tan grande y tan diferente a lo que conocía.

Historia de «completud»

De ningún modo diría que esta es una historia de conversión. La llamo una historia de “completud”, ya que no me convertí  a otra religión. Soy Judía y reconozco al verdaderoMesías del judaísmo que Dios envió, que es Jesús. Y Él, transmite sus ideas, sacramentos, doctrinas, a través de la Iglesia. Por eso es que sigo al Catolicismo. Esta Iglesia tiene la Eucaristía, a Dios presente, realmente presente en cada Misa.