Superó la muerte

María superó la muerte y, habiendo superado la muerte, nos está diciendo que al final vence el amor.

El dogma de la Asunción fue proclamado solemnemente por Pío XII en el año 1950

La fiesta ya se celebraba en Oriente en el siglo VI y en Roma en el siglo VII.

Se trata de una de las fiestas marianas más antiguas. Proclama que María fue elevada al cielo en cuerpo y alma. O, dicho de otra manera: que María superó la muerte y fue recibida en el cielo. 

Con el término cielo, decía Benedicto XVI, “queremos afirmar que Dios no nos abandona ni siquiera en la muerte, sino que nos tiene reservado un lugar y nos da la eternidad. 

Alguien preguntó una vez si en el cielo se encontraría con un perro que apreciaba mucho. La respuesta fue: En el cielo nos acompañará todo lo que hemos amado

De una forma sorprendente e inesperada, pero muy real.

Santo Rosario

Un día como recordamos (al igual que en el mes de Mayo) el rezo del Santo Rosario.  José Mª, siguiendo….

Esta oración centrada en los misterios de la vida de Jesús y María tiene su origen en la Edad Media. 

Se ha escrito recientemente, que Rezar el Rosario mejora la salud mental y reduce la depresión.

El rezo del Rosario no solo fortalece la fe, sino que también proporciona beneficios mentales significativos.

Proporciona «paz espiritual, calma y confianza»; y una mejor capacidad para «afrontar los problemas.

Para muchos, el Rosario ha sido un ancla en medio de pruebas de fe o sufrimiento.

Investigaciones científicas concluyen que: «Mientras se recita el rosario, se ignoran todos los demás pensamientos y se produce un efecto relajante que influye beneficiosamente en el cerebro. 

Durante el rezo del rosario, los latidos del corazón se ralentizan, el cuerpo consume menos oxígeno, el cerebro filtra más lentamente los estímulos externos, modificando su actividad eléctrica. Además, se libera una molécula que neutraliza la adrenalina, la hormona del estrés, con efectos beneficiosos sobre el sistema inmunológico.


La humilde capilla del pueblo

En una tarde de agosto, mientras las campanas anunciaban la solemnidad de la Asunción, una Mujer se sentó en el banco de madera de la pequeña ermita-capilla del pueblo. 

Recordó las palabras escuchadas esa mañana en la homilía: María superó la muerte y, habiendo superado la muerte, nos está diciendo que al final vence el amor.

Cerró los ojos y trató de imaginarlo. No un cielo como un rincón perdido del universo, sino ese “lugar” del que hablaba Benedicto XVI: el abrazo eterno de Dios, donde nada de lo amado se pierde. 

Sonrió al pensar que quizá allí también correría a su encuentro aquel perro que de niña la seguía a todas partes.

En su bolso llevaba un rosario heredado de su abuela. Lo tomó con manos temblorosas y empezó a recitar, dejando que las cuentas fueran marcando el ritmo lento de su respiración. Los misterios de Jesús y María desfilaban en su mente como escenas conocidas y nuevas a la vez. Sintió cómo, poco a poco, los pensamientos ansiosos quedaban atrás; su corazón latía más despacio, y una calma profunda la envolvía.

Comprendió entonces por qué tantos decían que el rosario era un ancla: no solo fortalecía la fe, sino que aliviaba las heridas invisibles del alma. 

Al terminar, alzó la vista hacia la imagen de la Virgen y pensó que, si María había llegado al cielo en cuerpo y alma, también ella —y todos— estaban llamados a esa misma plenitud.


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